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Acto III, Escena I
Claudio y Isabella.
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CLAUDIO:
¡Ay Dios! Morir, y no saber adónde
Vamos después. Yacer en lecho helado,
Y podrirnos, arcilla deleznable
Ser el sensible, ardiente, activo cuerpo.
En ígneos océanos sumergirse
Nuestro fecundo espíritu, o regiones
Tiritando habitar de espeso yelo,
O preso en huracanes intangibles
Llevado ser con incesante fuerza
Alrededor del mundo en el espacio;
Y sufrir mucho más de lo que sufren
Quienes, desordenados, dando aullidos
Caprichosas imágenes se forjan,
Horrible es por demás. En este mundo
La vida más penosa y detestable
Que el dolor, la vejez, o la penuria,
O la prisión a nuestro ser impongan,
Un paraíso es, si se compara
Al terror que la muerte nos infunde.