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Parte I, Acto II, Escena IV
Rey Enrique y Príncipe Enrique.
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REY ENRIQUE:
Dios te perdone; pero Enrique, deja
Que a mí me maraville tu conducta.
Vuelo distinto por completo toma
De la de tus abuelos. Has perdido
Torpemente tu puesto en el consejo,
Y tu hermano menor por ti lo ocupa.
Eres casi un extraño entre los nobles
De mi corte y los príncipes reales.
Realmente he cometido en mi carrera
Irregular y vagabunda, encuentre
Perdón al someterme arrepentido.
Dios te perdone; pero Enrique, deja
Que a mí me maraville tu conducta.
Vuelo distinto por completo toma
De la de tus abuelos. Has perdido
Torpemente tu puesto en el consejo,
Y tu hermano menor por ti lo ocupa.
Eres casi un extraño entre los nobles
De mi corte y los príncipes reales.
Apenas arden. De su excelso puesto
Descendía, con necios saltimbanques
La majestad del trono aparejando;
Mientras que con sarcasmos profanaban
Su augusto nombre con permiso suyo.
Aun de ese mismo nombre permitía
Que atrevidos rapaces se burlasen,
Siendo blanco de chanzas chocarreras.
Buscó entre el populacho compañeros,
Del aura popular hízose esclavo,
De modo que las gentes saturadas
De su presencia y de esa miel ahítos,
Al fin se empalagaron de ese dulce,
Del cual tan sólo un poco basta y sobra.
Así, cuando tenía que mostrarse,
Era cuco no más del mes de junio,
Que se oye cantar, mas no se mira,
O si se ve, se ve con esos ojos
Que habituados a un objeto y hartos
De él, en él no se fijan, cual se fijan
De extraordinario modo en la realeza;
Que, igual al sol, en asombrados ojos
Luce si raras veces resplandece.
Antes bien soñolientos a su vista
Se cerraban sus párpados, y era
Su aspecto el que los hombres iracundos
Muestran a un adversario, si se hallan
Hartos de su presencia y fatigados.
En ese caso mismo estás, Enrique;
De príncipe has perdido la aureola
Por estar asociado a viles gentes;
No hay ojos que de verte no estén hartos,
Salvo estos ojos míos que quisieran
Poderte contemplar más a menudo,
Y que ternura necia en este instante,
Contra mi voluntad, me los anubla.