Acto IV, Escena XII 

Antonio y Escaro, más tarde Cleopatra.

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ANTONIO: 
¡Todo perdido está! La infame egipcia
Me vendió. Se ha entregado al enemigo
Mi flota y, arrojando los sombreros
Al aire, allí, conjuntamente beben
Cual amigos ha tiempo separados.
¡Tú, meretriz tres veces tornadiza!
¡Eres tú, sólo tú, quien me ha vendido
A este novicio! y guerra te declara
A ti mi corazón únicamente;
Diles que todos huyan. Que, vengado
De la que me hechizó, termina todo.
Diles que todos huyan, y tú vete. (Vase Escaro)
¡Oh sol! ¡No he de tornar a ver tu aurora!
Antonio y su fortuna se separan:
¡Aquí mismo las manos nos daremos!
¿A esto vino a parar? Los corazones
Que siguieron mis pasos cual lebreles,
Cuyos deseos siempre satisfice,
Se funden, derretidos en almíbar
Para el César en flor; y ya privado
De su corteza quédase este pino
Que a todos daba sombra. ¡Me vendieron!
¡Hija falaz de Egipto! Fiero encanto,
Cuya guiñada provocó mis guerras
O mi brazo detuvo, cuyo seno
Fue mi diadema y mi suprema dicha,
Con trampas, cual gitana verdadera,
Me ha burlado, llevándome hasta el centro
De mi ruina. Eros, Eros. ¡Hola! (Entra Cleopatra)
¡Oh encanto, vade retro!
Disípate, o te doy tu merecido
Y el triunfo así de César desfiguro.
Que te coja, y en peso te levante
Mostrándote a la turba aclamadora
Como el mayor oprobio de tu sexo.
Sigue su carro. Exhíbanle cual monstruo
A la gente menuda por ochavos,
Y are tu rostro la paciente Octavia
Con sus dispuestas uñas. (Vase Cleopatra) Bien en irte
Has hecho, si es, acaso, un bien la vida.
Pero más te valiera de mi furia
Víctima ser, porque una muerte sola
Te evitaría muchas. ¡Hola! Eros.
La túnica de Neso tengo puesta.
Alcides, tú, mi antecesor, tu ira
Concédeme. A los cuernos de la luna
A Licas lanzaré con estas manos,
Que empuñaron la maza más pesada.
Subyugaré mi propio ser indigno.
La bruja morirá. Logró venderme
Al romano rapaz, y al plan sucumbo.
Por ello debe de morir. ¡Eh! ¡Eros! (Vase).