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Acto IV
Hipólito y la Nodriza.
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HIPÓLITO: ¡Oh Zeus! ¿por qué hiciste nacer á la luz á las mujeres? Si querías crear la raza humana, no había para qué hacerla nacer de las mujeres. Colgando en tus templos oro, hierro y bronce, los hombres hubieran comprado hijos al precio que estimase cada cual, y hubieran habitado en sus moradas sin hijos y sin mujeres. Ahora, en cuanto queremos traer esa calamidad á nuestras moradas, agotamos todos nuestros bienes. De lo cual se deduce que una mujer es una gran calamidad, hasta el punto de que el padre que la ha engendrado y educado la echa fuera, con una dote, para librarse de ella. Quien, por el contrario, recibe en su morada semejante ruina, se regocija, cubre de adornos á la funestísima ídola, la engalana con peplos el desdichado y gasta toda la hacienda de su familia. Si se ha aliado con personas ilustres, es inevitable para él simular que se alegra de un matrimonio amargo, ó si ha encontrado una buena unión y padres indigentes, hay que ocultar su miseria con una apariencia de bienestar. Lo mejor es tener en la morada una mujer inútil por su simplicidad. Odio á la mujer sabia. ¡Que, al menos, no tenga en mi morada una que sepa más de lo debido! Cipris fecunda á las sabias en depravación; pero una mujer simple, en vista de su poca inteligencia, está exenta de impudicia. Convendría que no hubiese ninguna servidora junto á las mujeres, y que fuesen servidas por animales mudos, con el fin de que á nadie pudiesen hablar ni nadie les contestara. Pero ahora, en las moradas, las mujeres malas meditan proyectos malos que las servidoras sacan afuera. Así es como has venido á mí, ¡oh cabeza malvada! para urdir el oprobio del lecho sagrado de mi padre, de cuyo oprobio me purificaré en aguas corrientes, vertiéndomelas por los oídos. ¿Cómo iba á ser impuro yo, que creo haber cesado de ser puro por haber oído tus palabras? Entérate bien, mujer: lo que te salva es mi piedad. Porque, si no me hubieses sorprendido y ligado con un juramento hecho á los Dioses, nunca hubiera podido contenerme para no decírselo todo á mi padre. Pero ahora me alejaré mientras Teseo esté ausente de sus moradas y de esta tierra, y mi boca guardará silencio. Cuando vuelva mi padre,veré cómo le recibís tu señora y tú, y observaré tu audacia, de la que ya tengo prueba. ¡Ojalá perezcáis! Jamás me hartaré de odiar á las mujeres, aun cuando me censuraran por decir siempre lo mismo. Porque siempre son crueles y malas. ¡Enséñeles alguien la castidad, ó séame dado revelarme siempre contra ellas!